12 diciembre 2007

LA SEU D'URGELL - LLES - LA SEU D'URGELL, ¡por fin actualizado!

Con este video se inició hace unas semanas este sitio. Luego se atascó por trabajo, visitas y cosas, como diría aquel. El caso es que aquí estamos de nuevo con el video inicial. Salida a Lles, desde la Seu d'Urgell, ida y vuelta unos 75 kilómetros y un 'extra point' porque, cuando descendí el puerto desde el que está hecho este video, me di cuenta de que, oh no, me había dejado la cámara en el sitio. Así es que hubo que volver a subir, y más rápido que antes, por si los amigos de lo ajeno actuaban antes. La recuperé.






En aquel día las sensaciones eran raras. Raras porque hacía un frío de mil demonios, porque había bajado desde Andorra adrede huyendo del dolor de ese frío en los ojos, en las bolas de los ojos, como dice la Pepa. Tan loca ella. El caso es que decidí ir a Lles, donde ya habíamos estado la loca y yo. El viaje en bici fue eterno porque es una carretera rompepiernas y fría (no me deshago de él...) y porque, a veces, una ruta crees que no pero sí, se hace larga. El puerto son unos once kilómetros suaves, agradables. Es un puerto tipo País Valencià, nada del otro mundo y que permite apretar. Vamos, que allí, en pelotón, habría una guerra de mucho cuidado con Luis, con Alberto, con Andy, con el Segoviano o con Óscar. Una buena batalla de las que tengo ganas de vivir de nuevo, pero aquí la única opción que tengo es una San Silvestre, aunque de esto ya hablaremos.



Aquí va un ejemplo de la suavidad del puerto, y del ambiente hivernal, seco, frío, de la subida. Fantástico.







Después de este silencioso video pasaremos al siguiente. En él nos aparecen ya esas curvas de herradura de puertos míticos, pero no es nada del otro mundo. Lles no está cerca, la subida empieza a pesar, pero en peores bretes nos hemos visto dándole al pedal. Ahí va el siguiente botón.





La verdad es que la subida al final se convirtió en algo monótona por aquello de que el marroncillo de los árboles, la nieve al fondo, el frío punzante en la cara, todo, nada variaba. Pero el caso es que me topé con un interesante desvío que invita a una nueva excursión. En el cruce en el que nos vemos damos con otro pueblecillo, Aransa, abandonado el día que fuimos la Pepa y yo, pero encantador. Desde allí se accede a otra subida que da a unas pistas de esquí de fondo, pero no sé más, puesto que el palmo de nieve que había el día de nuestra visita nos impidió seguir. Pero queda pendiente. Para cuando suban las temperaturas y, sobre todo, para cuando la nieve se convierta en agua, el agua en vapor y el vapor en calor sofocante. ¿Será verdad?





Luego hice el video presentación que hemos visto al principio, me dejé la cámara y me tuve que dar la vuelta puerto arriba. Como 'tota pedra fa paret' espero que al menos el sofocón no quedara en agua de borrajas, aunque el parón hivernal dé al traste con todo. Por cierto, que siento una satisfacción especial al utilizar la palabra parón, ya que en el Super me hartaba de cambiarlo bajo mandato de un señor de esos que dice que si no está en el diccionario no existe pese a que el pueblo lo use, lo haga costumbre y lo tenga como normal. Es la gente que no vive con el resto de humanos.


Para acabar, simplemente pondré la foto de la entrada de Lles, con el cartel de la altitud y demás. Cruzando el pueblo la carretera sigue hacia otras pistas de esquí de fondo e incluso un helipuerto, pero yo no lo hice. No hace falta que diga por qué...


Donde arrancó todo



Con este viaje (Pirineo aragonés, 2004; Alta, María, Ricky, Isa, César, Pepa y yo) empezó todo.


Aún se ven las estrellas. Ahí, cerca. Y bajo este cielo raso, bello, precioso, las montañas asoman como olas que quisieran engullirnos. Pero son firmes, poderosas y seguras. Llevan siglos, milenios, millones de años ahí, y tal vez en eso esté su encanto. Hoy es la última noche. Se acaba, porque ya se aprecia esa luz que anuncia el día. Desvelado –tal vez por eso, porque es la última noche-, analizo estos días, tres, cuatro, nada más.
Me asalta a la cabeza, sobre todo, una palabra: superación. De todos los momentos en los que esa palabra ha podido surgir en el ambiente, Ricki es sin duda el que más la ha hecho suya. Lucha. Su lucha y la de todos. Recuerdo su batalla contra la montaña en dos aspectos. El primero, contra esas rampas infernales que le llevaron a hacer 60 kilómetros en bicicleta de descenso rápido, de pistas forestales y ermitas de Iguácel, sin olvidar la lucha contra sus fuerzas, su bici, las cuestas y los últimos kilómetros de vuelta al camping.
Eso uno. Por otro lado, se peleó con la montaña como una de esas vacas “sagradas” que nos dio una lección de cómo subir laderas imposibles. A la vista del Anayet, se encaramó a la cima del Vértice, y pudo con él. Hizo lo mismo con el propio pico, pero éste fue quien ganó. Lo intentó y buscó cómo hacerlo, pero, Ricki, a veces, llega un momento en que es mejor decir basta.
Eso fue Ricki. El mismo que al día siguiente subió con su primo Fernando a 3.086 metros, satisfecho. Y cansado.
Pero en toda esta historia hay que nombrar a todos. A la lucha de Alta con esa pendiente peligrosa que nos llevaba a la cima. Al combate librado por Isa, María y Josefa con la montaña y sus zigzagueantes pendientes que no eran más que el peaje que había que pagar por ver el espectáculo de los ibones y los picos, ahí arriba, espectaculares, esperando. Esa batalla particular de César contra su propio cuerpo, contra esa rodilla maldita que hace sufrir. Y yo mismo, con la pelea eterna que le planteo siempre que puedo a mi cuerpo, diciéndole que por qué no, que adelante, que esas rampas se pueden subir. Solo hay que saber administrar.
Todo, junto, me hace pensar –y escribir- que hemos pasado unos buenos días. Días en los que, además, nos hemos dado cuenta de muchas otras cosas que nos da este mundo y de las muchas otras cosas que todos y cada uno de nosotros podemos hacer.
La vida nos da y nos quita, y si hay momentos en los que uno cree que quita más que da, solo tienes que pensar en situaciones como estas, en las que la vida te llena de orgullo, satisfacción, esfuerzo y alegría. Y todo, en su conjunto, es lucha, superación y, en definitiva, disfrute de lo que la vida, en sí, te da.
Mientras se empiezan a iluminar los picos más altos, pienso que vale la pena (vivir). En este rato, han desaparecido las estrellas, pero yo sé que están ahí. Nos esperan y nos acompañan, como ese sol que empieza a bañar los picos más altos. Disculpadme, pero eso tengo que verlo.

Canfranc Estación, 15-8-04 (sin hora y sin reloj)

11 diciembre 2007

Andorra






28 de noviembre de 2007


Ya hace algunos días, una semana larga, que andamos por aquí. Esto es difícil, no lo vamos a negar. Son muchos cambios. El trabajo, el domicilio, la relación, el sistema de vida, el frío, las cuestas, los coches, la bici plegable en casa, mi modo de ver la vida, a mi aire, ahora aquí y luego allá. Un cuarto de hora entre un lugar y otro. Nada más. Una sudada liviana, un paseo por el río, entre los árboles, entre gente que hace deporte con lo puesto. El frío se tiene en cuenta, pero no condiciona. Esta mañana he ido a la piscina, a diez, quince minutos andando de casa, en coche. Hacía frío. Un grado marcaba. La hostia.


Me acuerdo de muchas cosas. Ayer tuve el momento de inspiración, mientras leía Los Maestros de la República y lo alternaba con viajes a la lavadora, por si había terminado. Leía, andaba, tendía pensando. Pensando en un texto que reflejaba mis sensaciones, mis pensamientos en estos escasos días aquí. Andorra. Un país. Una isla.

Las montañas cada mañana me llenan los pulmones, las veo y no las creo. Ahí, grandiosas. Como siempre. Ya he explorado algunas carreteras, alguna ruta de paseo que han construido estos andorranos, algo artificiales... Minucias con todo lo que hay o debe de haber. El frío me para, pero se irá y empezaremos a rodar. De momento es todo deporte de inspección, una subida al Llac d’Engolasters, otra a Ordino-Arcalís, una ida y vuelta a la Seu d’Urgell, territorio catalán. Cielo abierto, lo justo para abrir el ánimo y el espíritu, sentir que hay llanura. El valle andorrano es pequeño. Y habrá que aferrarse al deporte de lata, a la piscina, válvula de escape, al gimnasio horrendo, a las posturitas, a ese deporte no deporte, a eso. Pero es lo que tengo. No tengo ganas de ponerme las mallas largas, la chaqueta y salir a correr, las rampas, qué rampas, no son sanas. Salir y cuesta arriba, sin calentar, sin nada. Un dolor. Pero tendré que sacar fuerzas, animarme, animar a la Pepa. Le va a costar. Es duro, es verdad. Veremos.

En el trabajo el primer efecto es que estamos en un periódico local. Lo es. Es un país, pero un mini país, producto de unos pequeños pueblos, de residentes que nada tienen que ver con Andorra. País variado, mini país. Con normas extrañas, duras algunas. Luego las cuento. De momento, el periódico. Pequeño, acogedor. Los compañeros se están portando bastante bien, es cierto. El sistema de trabajo, de escritura, es un pequeño caos al que nos tendremos que acoplar para sobrevivir. Unas comillas de declaración no son unas comillas de declaración, son unas comillas de declaración, la declaración, y un F6 con comillas, para cerrar. Así, tal cual. Una capitular al principio de texto es un sinfín de códigos, de letras y números… Veremos. Lo sabremos hacer. De momento, el trabajo de la Pepa es pestoso, mucho tirar de agenda y currarse páginas sin aparente gran interés salvo el propio interés cultural que anuncia, pero no deja de ser una agenda. Pero tiene sus puntos positivos, las contraportadas que debe hacer. Personajes peculiares, gente sencilla, o no, que aporta cosas a la sociedad, a la economía, al día a día de este país. País, sí, tendré que asumirlo. Entrevistas cortas, declaraciones buenas o no tan buenas que llenen unas pocas líneas de una contra con media página de publicidad, algunas desaprovechadas, otras estiradas. Lo hace bien. Ha sacado ya un par, una de un economista, senador y demás, un rollo, pero una institución de la economía europea; la otra de una actriz de La Cubana, divertida ella, la entrevista un gozo, la contra otro. Yo disfruté oyéndola reír al teléfono mientras hablaba con la actriz. Por mi parte, el duelo diario con miles de deportes, modalidades, categorías. Lucha titánica de memorizar, de controlar el percal, de saber con quién y de qué hablo, de escribir sobre hockey sobre patines creyendo que lo hago sobre fútbol sala, 3 a 1 y una amarga derrota, no por eso menos esperada, con varios lesionados, pero es hoquey, no fútbol sala. Un duelo, ya digo, muchos deportes. He hecho hasta ahora tres salidas. La primera, la más profesional en el sentido deportivo. Un Andorra-Rusia de clasificación para el Europeo de fútbol de este verano, rueda de prensa el día de antes con Hiddink (está gordo, cómo cambia la gente). El partido con frío, pero nada comparado con el duelo de la Liga Nacional de una semana después entre el Sant Julià y el Lusitans en el campo de Aixovall, una especie de túnel del viento en el que los espectadores, la prensa, el cuerpo técnico, los jugadores, los árbitros y delegados, todos, pasamos un frío de mil demonios ante un aire helado y punzante. El Polo Norte, un gusto. Sensación térmica inenarrable. Duro de llorar, más de hora y media allí, dándole espadazos al aire, aquí uno y otro allá, zas, zas, luchando contra el virus de la gripe, le tengo pánico, son dos (o tres) inviernos sufriéndola. Y aquí no tenemos al doctor Montoya, ni a mi madre ni a su madre. Ni a nadie. Ni Seguridad Social, si quieres tema, pam, pagas. A lo yanqui. Cabrones. Ya veo la escena, clin, clin, Pepa el sobre, y a reposar y esperar, sudando y helados. Lagarto, lagarto. Y bueno, la otra salida que hice, la segunda cronológicamente, fue en pabellón, Els Serradells, a un partido de Superliga 2 Nacional de voleibol. Ya veis. Deporte variado. Me lo pasé bien, un final de partido intenso. Cualquier deporte le da mil vueltas al fútbol si éste no es profesional y por la tele. Para qué engañarnos.




Y tengo en la cabeza muchas veces a mucha gente. Me acuerdo de todos, a tramos. Me viene gente de los trabajos, amigos muchos, de mis otros amigos, de La Penya también, mi familia, a la que me siento mucho más unido ahora que nunca desde que dejé el nido. Yo, que siempre he ido de suelto, de y a mí plin. Y en el traslado aquí, en lo que vino antes y en lo que viene con el alquiler del piso de Valencia, en todo, los tengo ahí. Y no fallan. Y me hacen pensar que he sido injusto y muchas veces lo sigo siendo. Para venir se desvivieron, sobre todo mi padre, que gestionó (y pagó, no me dejó…) la furgoneta alquilada para cargar, que junto a Carlos mi cuñado, un crack, escaleras arriba y abajo vaciando una casa entera, con mi hermana al quite también. Y la calle cortada con la furgo hasta las patas, llena y las bicis que no entran, que sí entran, que se vienen por nuestros bemoles, desmóntalas Rafa que caben, dijo Carlos. Un tetris aquello. Y se vino todo, que en la frontera, ocho de la mañana, fliparon. ¿Algo nuevo? No, res, tot vell, que ens venim a viure aquí, noi. Y adelante. A las dos de la madrugada que salimos de Valencia, con el perro incluido, el Buster, donde le digan, qué guapo. Despertamos a la Pepa, a su madre y a mi madre, que ya estaban aquí hacía un par de días gestionando la luz, el agua, el piso, para que todo estuviera en el sitio. Un equipo, unos en la retaguardia, los otros de avanzadilla. Y todos descargando, colocando, montando muebles, limpiando, instalándonos. Siete personas dando el callo. Mirado desde fuera, un ejemplo, una familia, gente que nos quiere y que espera nuestra llamada. Que llamé el otro día a mis padres desde la Seu, cuando fui con la bici, y mi madre que me dijo que cuánto se alegraba de oírme. Y yo con la lagrimilla, con ganas de explotar. Los quiero a todos.



Paquito. Lo llamé porque me llamó varias veces pero le colgaba. Hay que evitar las llamadas internacionales sobre todo si sabes que en unos días vas a estar en territorio nacional, ¡kiá!, para llamar a todo cristo. Y nada, que estaba en casa con fotos de Córcega entre manos, que me quería enviar por correo. Grande Paco. Y luego Patxi, que lo pillé en mal momento, con algo de un trabajo. A ver qué tal, aún no sé nada. Sólo pude farolearle, que me enviaron él y Paco un mensaje para decirme que estaban en el radar de Cullera, con Valencia a la izquierda a cuarenta kilómetros, y Gandia a la derecha a treinta, todo a la vista, y yo no pude reprimirme, y en ese momento, en la cima de Arcalís, hasta los pelos congelados, me quedé petrificado de frío enviándoles un mensaje con lo que yo tenía enfrente, picos nevados, catorce kilómetros de puerto a mis pies. Retruc. Pero también me acordé de Danielo, Danilovic, allí en su ático barcelonés, ático dúplex, perdón, que quede claro, con la bella Ainara, alta e ilustre, diría yo. Maravillosos los dos, felices por lo que son, lo que tienen y que se tienen, y por lo que les venga. Esperamos aquí su visita. Como la de muchos otros. Jordi y Yolanda, por ejemplo. Con lo que a ellos les gusta esquiar y todo este embrollo es de suponer que vendrán. Lo esperamos también. Hablé con Jordi desde la Seu y me dijo que para enero o febrero, que le quedan unos días festivos por cogerse y que habían pensado en venir. Perfecto. Sitio habrá. Luego hay un montón de gente que nos ha dicho que no lo dudemos, que os haremos una visita, pero siempre hay que diferenciar entre la promesa ilusionante y la verdadera realidad. Y es normal. La primera reacción es decir que iremos para allá seguro, aunque luego eso no pase. Y no pasa nada, porque yo lo entiendo. Además, casi mejor, porque si tuviéramos que acoger a todo el mundo que ha dicho que iba a venir tendríamos que hacer turnos. Y con esto me acuerdo de que no he comentado aún nada del piso. Pequeño piso, acogedor, pero pequeño. Salón comedor y cocina todo en uno, sirve de comedor, de cocina, de estudio, de tendedero, de parque infantil, de habitación del perro o de bar. Multiusos. Luego la habitación pequeñita y el baño, y un recibidor a juego con el piso, menudo. Pero tenemos el jardincito este extraño, que ahora no sirve para nada o casi nada, porque de vez en cuando saco la ropa tendida, pero con el frío no es que se seque ni muy bien ni muy mal, simplemente no se seca, se enfría, y bueno, en primavera y en verano será otra cosa. Pero ahora a las maduras. También hay garaje para el ibiceta, que está tan contento allá abajo resguardado de las heladas nocturnas, aunque de buena mañana siempre marca cuatro grados y últimamente menos. Es todo muy nuevo y muy chic. Tenemos ascensor, que para nosotros es casi un lujo, de hecho vivimos en el bajo y al salir del garaje, que está en el menos uno siempre lo llamamos, cuando son cuatro escalones y estamos en casa. Supongo que es la mentalidad de que el garaje está en el sótano y los pisos en lo alto, pero viviendo en un bajo… Y también hay trastero, que si no lo hubiera o hubiese las nenas no habrían podido venir, bueno, algún apaño habríamos hecho, pero hubiera o hubiese sido un trastorno importante. Las tres están abajo, cerradas de portazo, porque el paño de la puerta no rueda y no se cierra con llave, así es que si alguien conoce a algún mal parido que quiera tres bicis, dos cascos, y unos cuantos pares de calzado variado, ya sabe, aquí abajo está abierto. Pero como nos han dicho por activa y por pasiva que cambiemos el chip, que aquí en Andorra no roban ni pasa nada, pues así estamos de tranquilos. Y la verdad es que hay bicis de montaña en una plaza sin atar, a la vista, y no pasa nada. Un lujo no pensar en los cacos. Eso sí, como un día no las vea me voy a poner a hablar de la confianza de los andorranos.

Los andorranos. Vaya, vaya. Para entrar a trabajar aquí necesitamos un permiso de trabajo y de residencia. Como en cualquier país, supongo, y más si como este no es de la Unión Europea. El caso es que los controles son un poco…surrealistas. Primero una cantidad de papeleos importante. Desde los antecedentes penales a la importancia que aparentemente le dan al hecho de que seas soltero o casado. Pero luego están los controles médicos. Ojo al tema. Primero el control de sangre, luego una placa del tórax. Hasta aquí todo parece normal, rutinario. Pero hablando con gente de aquí nos han comentado, y luego lo hemos constatado, del pejiguerismo extremo. Verbigracia: Si usted es portador del VIH, es decir, Sida, ni se le pase por la cabeza pasar ni un minuto más en el mini país. Uno puede pensar, bueno, vale, psé, siendo aun así a mi parecer fuerte. Pero hay más. Si eres diabético, algo que ya puede ser bastante más normal, ídem de la patada en el culo. Fuera. Y si tienes familia con esta enfermedad, si puedes, mejor te lo callas. Y no digo más que los hermanos de la Pepa son diabéticos, pero claro, ella bien callada, aunque se apuntaron cariacontecidos que su padre falleció por cáncer. Nos hemos enterado, además, de casos fuertes, como el de un chaval, deportista, campeón de no sé qué modalidad de fitness, que sólo tiene un riñón y no pasó el corte. A tu casa, nene. Y así es. Pero el escándalo mayúsculo llega con el tema de los homosexuales. Agárrate. Los homosexuales no pueden donar sangre. Tal. Enfermos, que son unos enfermos, degenerados, clase peligrosa, chusma, veneno, veneno. Viva la patada a los derechos humanos. Pim, pam, pum. Dan la impresión de ser un país en proceso, de tener una sociedad avanzada pero no. Económicamente demuestran que son solventes, socialmente tienen normas de república bananera, o ni eso, y políticamente tienen mucho camino por hacer. No digo que adolezcan de democracia, tampoco es algo que pueda constatar en el poco tiempo que estoy aquí, pero voy a poner ejemplos. Para empezar, aquí funciona mucho el dime en qué trabajas y te diré quién eres. A nosotros, por ser periodistas, nos enseñaron pisos en su momento en los que hubiéramos sido “bien aceptados por los vecinos”, vecinos que por otra parte tenían los Cadillac o Porsche bien aparcados en el garaje. Y bueno, bien mirado, quisimos huir de ese rollito tan raro. Porque, además, nuestro Ibiza que no lavamos no pega entre tanto glamour. Y nosotros sin saber esquiar. O sea. Sigo. Ahora mismo estamos en campaña electoral, las elecciones municipales son este domingo, y la campaña que hemos podido seguir tiene detalles. Detalles como que, para empezar, el taladro habitual de propaganda en la calle no exista más que en carteles, ni megáfonos ni nada. Pero hay cosas que demuestran su inocencia democrática, su poquito bagaje en el tema. Hay en los buzones de aquí de la finca unas cartas amontonadas que nadie ha abierto, y que yo, por curiosidad, un día decidí después de tanto verlas allí coger una. Sobre blanco, tamaño cuartilla, con un lema, Marquem la diferència, decía. Pues el sobre es propaganda electoral de los Verdes, un partido que se ve que aún no sabe que sólo con el lema la gente no identifica, que la imagen en los tiempos que corren es lo que manda y lo que gana votos, y con poner en el sobre, tan blanco él, un pequeño logo, o un gran logo que diga oiga, somos los verdes, pues damos otra imagen. Y yo que pensaba que era publicidad, yo qué sé, de un forfait de esquí o algo así. Son nuevos en todo esto. Veo. Y otro botón: En los debates que han hecho por la radio (tele no hemos tenido hasta hoy), los candidatos han demostrado, sobre todo, que no saben ni leer. Dudan, se trastabillan, se confunden, como cuando en el colegio te pillaba el profe a traspiés y decía aquello de Mora, lee, y tú hacías del Quijote un desastre. Pues eso. Luego anécdotas variadas, como la que contó una chica del periódico, que en uno de los debates electorales entre los candidatos a no sé qué pueblo (parroquias, se llaman aquí), en la ronda final de, señor candidato, si tiene usted algo más que añadir, dígalo en los cuatro minutos de que dispone, uno de los mendas dijera, tan campante, que él no tenía nada más que decir. Tiempo asignado, tiempo perdido, tiempo regalado a un rival político. No veo yo a zetapé o al Mariano dejando escapar cuatro minutos en televisión, con lo que eso significa, diciéndole a sus votantes que, miren ustedes, que hasta aquí voy a leer.