22 agosto 2008

Dos perretes


Me voy de vacaciones. Me voy y os dejo una imagen simpaticona de dos perretes. Uno es el Buster, el de la izquierda, peludete y suave, con colmillitos y con flequillete majete, y con una trufa de chocolate en el morro que un día le arrancaré de un bocado. El otro perrete, el de la derecha, es el papuchón, un hombre felizote. La verdad es que en la imagen no sé quién imita a quién... Eso sí, mi padre es mil veces más productivo que el peludo, porque si contamos las horas que se pasa el Buster buscando el rincón bueno y dormitando creo que bate el récord del mundo.

14 agosto 2008

30 años...

Como además de loco para algunos soy raro para otros (y eso que me considero persona normal, es decir, aquí hay algo que no cuadra...) poca gente sabe que hace poco fue mi cumpleaños. 30 años. Es una 'política de empresa' hecha a conciencia. No estoy habituado a los paripés ni las pamplinas de estar repartiendo choques de manos y besos a diestro y siniestro, y ni mucho menos celebrar fiestas por lo mismo. Para mí el cumpleaños es una cuestión familiar y discreta -es una cuestión de elección-, una cosa que me gusta vivir a mi manera con mi familia, con mis padres principalmente porque estoy aquí por el amor que se tienen, hermanas, tíos, primos y por supuesto la loca. Ella se despierta ese día con una sonrisa en la boca, me mira aún apoyada en la almohada y me felicita. Y entonces, justo en ese momento, el año que sube en mi casillero sube sólo para las estadísticas, porque sin embargo me siento más chaval. La quiero.

11 agosto 2008

La crónica del Andorra-Valencia en bici

Querido tío Manolo:

El viaje fue una pasada. Fue interesante descubrir que cualquier persona puede hacer estre trayecto. Cualquier persona a la que le funcionen las piernas medianamente bien y tenga la suficiente motivación. Las piernas se cargan, no hay que negarlo, pero cuando entran en calor se olvidan del dolor porque la ruta no te exige máxima potencia, sino el ‘xino xano’. La motivación, por otra parte, es fundamental, porque es obvio que hay momentos en los que la cabeza falla, te traiciona, y mientras las piernas le dan al pedal hay un momento, imperceptible al inicio, luego muy profundo, en el que tu mente se cansa, y es entonces cuando la motivación ha de salir a la palestra y animar al resto de neuronas. Las hay que, saturadas, pasan del tema, y las hay que aún las puedes recuperar. Para eso es muy importante tanto pensar mucho como buscar un ritmo bueno, alegre, una situación positiva. Si no, continuar se hace un suplicio.




Me pasó el primer día. Llevaba 180 kilómetros en las piernas, había comido ya –un bocata de lomo y tomate, un zumo, pistachos, un plátano y una manzana- junto a la Pepa, que salió a media mañana de Andorra, y más tarde, de nuevo en ruta, sobre las tres o cuatro de la tarde, con ella ya en el hotel de Flix, esperándome, vino el tramo malo. A mí me quedaban apenas 50 kilómetros, y estaba motivado. Pero el sol, el cansancio y la cabeza se unieron contra mí. Yo lo sabía. Sabía que eso pasaría. Me encontré en una carretera ancha, buen arcén, recién asfaltada, descensos de un kilómetro y ascensos de otro tanto, rompepiernas, quitamiedos a los lados, poco tráfico y un desierto a cada lado. Campos y campos secos, sensación de soledad, ni un árbol, matojos a lo sumo, paja, escasez de agua en mis bidones. Todo junto dio de lleno en la cabeza. Aquí surgió la motivación. Vino salvadora a por mí, se acercó, me miró, y me dijo: “Calma, amigo, calma, sabías que esto podía pasar, mide, administra, controla”. Y empezó el control. Un botellín seco, el otro a medias, y ya no chupaba agua, sorbía a tramos. Pese a los ánimos (auto)recibidos, tuve bajones, cómo pedirle agua a los coches que me adelantaban enseñándoles el bidón: poca imaginación hay cuando la maceta no se riega.



Pero entonces apareció un ángel. Cuando ya mi cabeza más sufría, cuando la falta de agua empezaba a ser importante, cuando iba sin referencias del camino que me esperaba y veía que más que bajar, subía y subía y aquello no se acababa, entonces, en ese momento, recibí un mensaje en el móvil. Mi Pepa. “A 20 kms de Flix comença el descens”, me dijo poco más o menos. Y noté el alivio, me volvió la ilusión y la dignidad, me crecí, me animé, me metí en la cabeza que sólo me quedaban tantos kilómetros como en una salida normal por Valencia (Oronet y vuelta, un clásico), y entonces vino todo rodado. Apareció Maials, un pueblo que marca el fin del sube y baja y anuncia más el baja y sube, donde cargué agua con hielo en el bar de la entrada, gracias a la solidaridad del dueño. Ahora sí, estaba salvado. La llegada a Flix, desde ese momento, fue un paseo para completar los primeros 232 kilómetros del viaje después de más de ocho horas pedaleando.

Al día siguiente me levanté fresco pese al dolor en mis partes. El culo, lo que es el culo, lo que es donde uno se sienta o se apoya en el sillín, dolía como un condenado. Tenía alguna herida, pero nada del otro mundo a esas horas de la mañana. Peor sería unas siete horas después. Lo malo, lo doloroso de verdad, fue el cortecito, mínimo, un milímetro a lo sumo pero lleno de escozor, que tenía en un testículo. Aquí sí me tocaron la fibra, me dije. Y tanto. Ponerme el cullotte fue duro, subirme a la bici no tanto, pero notar de nuevo el sillín fue volver al infierno. Sin embargo, los primeros kilómetros aquello quedó anestesiado hasta nuevo aviso.

El segundo día fue de inicio y hasta Tortosa un camino repetido de sube y baja, de buena carretera, con la novedad, gran novedad, de disfrutar del fresquito matinal y de las vistas que me regalaba el río Ebro, a mi lado, por el canal inmenso, agua y agua y agua que va a parar a la mar, que es el morir, que decía el poeta. El culo seguía anestesiado, y con la paciencia que exigía este viaje, sin querer, ya por algunas carreteras desiertas y mal asfaltadas, sin arcenes algunas, con el sol mediterráneo anunciando un día duro, llegué a la provincia de Castellón. Comimos la Pepa y yo a un paso de la frontera, en un bar tranquilo –dos coca-colas, dos bocadillos de lomo con queso- y luego ella se fue a Vilafamés, segundo punto donde dormir. El camino fue también duro, por el culo y por el camino, llano, llano, con leves subidas y pocas bajadas, y con un calor asfixiante que sin embargo menguó un poco porque las nubes, benditas ellas, cerraron los ojos al sol. Llegué a Vilafamés por carreteras comarcales de la misma manera que llegué a Flix el día anterior, es decir, torradillo en unos últimos 40-50 kilómetros por el dolor de culo. Las piernas, magníficas ellas, estaban cansadas, como no podía ser de otra manera después de 180 kilómetros que se sumaban a los del día anterior, pero todo indicaba que llegar a Valencia iba a ser coser y cantar.




El tercer día de ruta fue ya no tanto dolor de culo, porque con el mentado hecho trizas, ya no había sensaciones. Las piernas tardaron más en entrar en calor, porque de inicio hubo que subir unos kilómetros y luego aparecer en unas carreteras anchas e interminables, con un ambiente industrial cien por cien por los alrededores de l’Alcora i Onda. La anécdota del viaje llegó antes de l’Alcora, cuando vi en el suelo un teléfono móvil. Seguí adelante pero luego paré. Pensé, qué coño, y di la vuelta. Lo cogí. Estaba semirroto pero encendido y funcionaba. Tenía una llamada de un nombre de mujer que se me ha olvidado (esta memoria selectiva ya no sé si es selectiva o preocupante), y, ya dentro de l’Alcora, llamé. Susana, ahora me ha venido el nombre de la mujer (la memoria ya no es preocupante, sólo retardada), descolgó: “Dime”, dijo. Nada, que soy un ciclista que me he encontrado este móvil por la carretera, que si eres de l’Alcora dónde quieres que lo deje. “Rafa –el dueño del móvil, qué casualidad- lo ha estado buscando. Pues muchas gracias, pues déjalo, no sé, donde me digas…”. Pues mira, que te lo dejo en el Bar ¿El Tossal? (joder con la memoria esta…). Y nada, que la camarera del tal Tossal flipó, la tal Susana también, y yo me fui con mi buena acción del día cumplida.



Ya pasadas las fábricas de Onda, llegué a Ribesalbes, con cierto encanto el pueblo, y me metí en una carretera que ya anunciaba mucha montaña: estaba a un paso de la Serra d’Espadà. Pasé por Tales y entré de lleno entre alcornoques y pinos, barrancos y chicharras, y en un ambiente de soledad y magnificencia natural, disfruté del ascenso hasta Veo, Alcúdia de Veo, el descenso a Aín y Eslida, el puerto de Eslida y la bajada a Chóvar –inevitable beber el agua de la fuente de la entrada-, terreno conocido todo, y por eso mi cuerpo y mi mente –la motivación- funcionaban a la perfección pese a sudar lo que no está escrito. El culo, vaya vaya, ya no dolía, y el olor a pino –me acordé de mi amigo Luis y su texto sobre Els Pins de Xàbia- me llevó en volandas a la vía de servicio de Soneja, hasta Puçol, Valencia, la ducha y el descanso tras completar una última jornada de 135 kilómetros. Como casi siempre (aún me acuerdo de la Quebrantahuesos), un gusto.


01 agosto 2008

En breve, la crónica del viaje

Hola a todos. Estoy sano y salvo, vivito y coleando, feliz y contento por llegar a Valencia en bici desde Vallnord (Andorra), y siguiendo a rajatabla lo previsto. Fueron tres días de intenso sabor ciclista, de saber administrar las fuerzas, la postura y la mente. Todo lo contaré, con alguna foto (no hay tampoco muchas, la verdad), en una próxima entrada más amplia, porque sigo de vacaciones (por poco) y estoy en casa de un amigo robándole internet.