10 noviembre 2010

Adolescencia y autobús


Subía anoche a casa en el autobús y escuchaba la conversación de dos adolescentes. Conversación que todo el mundo seguía porque solo hablaban ellos. El resto, miradas cómplices, alguna sonrisa pícara, algún suspiro... Firmo que el conductor bajó el volumen de su transistor ex profeso. Todo antenas parabólicas. La frase más chula llegó cuando una de ellas, mayor que la otra, dijo: "Viví cinco meses con un amigo y nos repartíamos las tareas de casa, y le dije que mientras yo fregaba el suelo que él secara los platos y me contestó que en seguida, mientras jugaba a la puta 'play'. Un día se lo dije otra vez y como se me hincharon los cojones la arranqué de cuajo del enchufe y le dije, o haces algo o te tiro la 'play' por el balcón... En ese momento, desde ese momento, te lo juro, me di cuenta de lo que sentían mis padres cuando estaba con ellos y no les hacía ni puto caso".

Pero la conversación, que derivó en noches de fiesta y "yo no voy a ese sitio a ver enanos atontados y babeando cada vez que entramos", o "el otro día fui al Buda y un tío me tocó el culo y le di un guantazo que casi lo mato, el hijoputa, que yo no soy una niñita andorrana facilona, tú qué te has creído, capullo", me hizo pensar en aquellas mañanas en las que iba al instituto y quedaba con Patxi en la esquina para coger el 41.

Recuerdo ir los dos seguramente a voz en grito riéndonos hasta de las hojas de los árboles, hablando de todo y diciendo seguramente barbaridades de la edad. También recuerdo la época durísima de Maribel Verdú. En cada santa parada hasta el instituto allí estaba ella con su ropa interior Little Kiss levantándonos el ánimo. Seguramente sería gracioso vernos a los dos -cuánto me gustaría retrotraerme a aquella época y observarme...- cómo íbamos hablando sin límite verborreico y de repente, sin más, parar el autobús, parar nosotros de hablar y mirar aquellas fotos que nos hacían hervir la sangre. Al arrancar de nuevo el bus, volvíamos al tema como si nada cual autómatas.

Luego estaban aquellos viajes con mis hermanas, imitando el movimiento de cabeza de las personas a cada frenada, a cada cambio de marcha. Es infalible cómo todos hacemos el mismo vaivén como una perfecta coreografía. Aquellos viajes con ellas en los que mirábamos fíjamente (y disimuladamente) a una señora con el mocho en la cabeza (léase permanente), y nos reíamos, o cuando yo me ponía una cinta de correr en la frente para subir el flequillo en plan tupé. Cuántas gilipolleces.

Lo peor, eso sí, era la época penal. Penal, de pene. Eso era horrible. Nadie como un chico puede saber lo que se sufre cuando de buena mañana vas en el bus tan tranquilo y de repente, sin comerlo ni beberlo, la presión del trikitraka o vete tú a saber el qué, aquello se hinchaba como un globo y no había camisa larga ni carpeta disimulada a la altura de la línea de flotación ni nada de nada que evitara el desastre. El desastre de entrar al instituto con la tienda de campaña por delante. Buenos días, dígame usted el aparato reproductor femenino. Ahí estamos. Mandril.

1 comentario:

Mary dijo...

Recuerdo un viaje de vuelta a casa en el 32, en uno de los antiguos, en el que empezaste a moverte exageradamente al ritmo de los baches, las curvas y los frenazos... lo recuerdo como uno de los momentos más divertidos de mi vida, me reí como nunca.
Y sí, aunque no lo parezca, aún quedan adolescentes con dos dedos de frente y las ideas más o menos claras.