29 agosto 2011

El Veleta: 3.395,68 metros

3.400 metros de altitud, metro arriba metro abajo; y casi sin querer.

Por una de aquellas cosas difíciles de explicar, un día de este verano me vi en una calle de Granada, notando el fresco de la mañana y acompañado por dos amigos, los tres mirando al cielo y pensando en el pico Veleta. 3.400 metros de altitud, 50km de ascensión desde la misma ciudad, 2.700 metros de desnivel.

Este camino hacia lo desconocido fue más fácil de lo que ninguno de los tres podríamos haber previsto. La ascensión fue un paseo por aquella autopista por la que, el mismo día, iban a subir los ciclistas de la Vuelta a España directos a la meta de Pradollano. En aquel mínimo ambiente de precarrera (la Vuelta no le llega ni a la suela de los zapatos al Tour, donde en una etapa así hubiera habido lleno absoluto desde días anteriores), hicimos una ascensión tranquila, con cada uno de nosotros buscando qué nos decía el cuerpo y pensando en cómo adecuarnos a las nuevas sensaciones que tendríamos una vez superáramos los 2.000 metros de altitud.

Javi, en la cima: a la izquierda, el punto geodésico, a la derecha, el Mulhacén.

Sin embargo, nada variaba según subíamos. Superamos Pradollano, luego el Centro de Alto Rendimiento, y más tarde llegamos a la barrera que indicaba el cambio de asfalto. De la tranquilidad absoluta pasamos al estrés constante, porque el firme mudó, pasó a ser rugoso, resquebrajado, pedregoso y con tierra en las curvas, y el viento se anunció de golpe como un compañero de viaje de malas pulgas.

Exactamente, a 3.395,68 metros sobre el nivel del mar.

Cada cambio de dirección era una suplicio, porque las rachas de viento eran muy fuertes, en ocasiones peligrosas, y en aquel continuo seseo hacia la cima Eolo parecía ser el rey de la fiesta. La velocidad de crucero bajó a los 9km/h, pero la calma nos hizo coronar con toda tranquilidad. Los últimos 500 metros se convirtieron en tierra negra en un paisaje lunar, y aun con las bicis de carretera y aquellas ruedas finas, porfiamos en la ascensión sin pensar en un pinchazo o un reventón que, en aquel momento, hubiera sido fatal. A apenas 200 metros del final, las ruedas patinaban de tal manera que pusimos pie a tierra, nos descalzamos y coronamos como tantos otros que, como nosotros, estaban allí para subir un pico que no se conquista todos los días.

Samu, al final de la pista donde se deja la bici y se sube a la cima en apenas dos minutos.

El Mulhacén al fondo y el sol arriba, un poco más cerca.

En la cima, la descripción es simple: piedra cortante, colores entre marrón y gris, todo uniforme, unas rocas que dan al punto geodésico, una vista kilométrica, al fondo el Mulhacén (3.478 metros, el más alto de la Península), una plataforma de obra donde descansar el cuerpo y el alma a la vista que se ofrece, una caseta pequeña, un cielo azul eterno con una línea gris un poco más abajo, tal vez contaminación, tal vez simples nubes; hacia el Sur, el mar, que dicen que a veces se ve, y arriba un sol de justicia, duro y seco.

Después de disfrutar de la cima, el descenso. A pie la primera parte, en bici lo demás. Bajada en tensión por el mal estado del asfalto y por el viento racheado, por el miedo a pinchar o al reventón, con dolores en los hombros, en los dedos, en las muñecas; y la boca seca, siempre entre un terreno desértico donde solo destacan los postes de los telesillas que en invierno cargan a los esquiadores, y las barreras de madera que delimitan las pistas, hoy de piedra suelta. Agua y calma, aferrados al manillar que te une al mundo, mirando de reojo a la siguiente curva, analizando por dónde nos vendrá el viento, esperando el golpe y reaccionando, para mantenerse en equilibrio. Poco después de aquella bajada estábamos en la cuneta animando al pelotón de la Vuelta a España que subía raudo a Pradollano. Como si nada.

25 agosto 2011

El barrio

Por el barrio de Valencia, paso por diferentes comercios, uno de frutas y verduras regentado por paquistaníes, la caseta del cupón de la ONCE, un bazar chino, una tienda de electricidad, un quiosco, una panadería, otra, una tienda de plantas, una inmobiliaria venida a menos, otra frutería, una peluquería unisex, una oficina de obras y chapuzas, una tienda de restauración de muebles, una mercería, una ferretería, un bar, otro, luego otro, luego otro, y otro más donde antes había una librería, un taller mecánico, una zapatería, un banco, una tienda de muebles, una de ventanas, una alpargatería, el ambulatorio, una tienda de deportes, otra de chinos, una de móviles Movistar, una de Orange, una de Vodafone, otro bar, un Mercadona, una tienda de compra de oro, más quioscos, un estanco, otro bar, otro centro médico, otra panadería...

Mientras un ojo mira a los establecimientos, el otro examina al personal. Un hombre ciego cruza la calle en diagonal tanteando el terreno con dificultades, desorientado, mientras otro bajito, camiseta de tirantes, gorra de propaganda, barriga prominente, chanclas, pantalón corto, bigote canoso, moreno mediterráneo y con cigarro a medias en los labios, corre para auxiliarlo y enderezarle el rumbo; un perro observa la escena mientras mea en la rueda de un coche aparcado en batería, y su amo sigue los movimientos, sin disimulo, de una chica alta, de pierna larga y hermosa, falda corta y camiseta de tirantes, que pasa por delante de él contoneándose, parapetada en sus inmensas gafas de sol sintiéndose bella y centro de las miradas de un estudiante que la adelanta con la bici por la acera y de la partida de cartas que componen cuatro hombres en la terraza de un bar; una señora obesa, con las dos manos apoyadas en el carro de la compra, camina con dificultades pensando en cómo subir las escaleras hasta el tercero, otra vez, cargada como va, y un poco más allá aparece una pareja de mujeres, la una anciana, 80 años, mirada perdida y balbuceo, la otra de mediana edad, sudamericana, que lleva del brazo a la señora con aires de paciencia y resignación pero también de cariño, vislumbrando ya el banco del parque donde los niños juegan entre algodones a no hacerse daño, pese a intentarlo; un policía local cruza a paso ligero en dirección al coche patrulla, mientras al girar la esquina el sol del mediodía veraniego golpea con fuerza: la acera soleada está desierta, mientras que en la sombría la gente se cruza inadvertida, mientras sobre el asfalto los coches que esquivan a los vehículos en doble fila esperan bajo la sombra de un árbol a que el semáforo cambie a verde; en un banco, un gitano sentado en el respaldo toca la guitarra gimoteando, acompañado por una choni que lo mira orgullosa bajo su pelo quemado por el tinte amarillo, y un mascachapas sin camiseta y cientos de tatuajes guapos, collar de oro y bañador de flores, chanclas, gafas de sol de palmo y medio y gomina, pelopincho hacia el cielo, sentado en su scooter de gran cilindrada y con un pitt-bull a sus pies, sobrevolando la escena el intenso olor del porro que sostiene entre los dedos.

Como en Andorra.

19 agosto 2011

Los orígenes



Ahí estamos, 21 años después de la primera vez que nos calzamos juntos una bicicleta y nos echamos a la carretera. Dos décadas han pasado desde que mi padre se armó de paciencia y me metió en una aventura que hoy es una manera de vivir. Y yo sigo pensando que los dos estamos igual. Él canta ya los 62 y yo los 33, que no son ni los 41 ni los 12 de antaño, pero tan contentos.

17 agosto 2011

Devorar

Los días de verano intentó darle un empujón a unos cuantos libros que guardo en un cajón de la memoria, pero siempre aparecen sorpresas por algún lado, recomendaciones o títulos que, casi sin querer, como una señal, caen sobre tus manos y les echas un vistazo hasta que te enganchan y no los sueltas. Estos suelen ser los mejores.

Es el caso de "La soledad de los números primos" de Paolo Giordano, que sin ser una cosa del otro mundo te consigue enredar en su fluidez envidiable, una narración precisa y nada rimbombante, y te traslada a los entresijos de las mentes de dos personas extraordinariamente atractivas, diferentes y alienadas, irremediablemente unidas entre sí.

Pero otro de los libros que me ha dejado un buen sabor de boca es "Mil soles espléndidos" de Khaled Hosseini, una historia sencillamente maravillosa y terriblemente dura, que nos acerca a las vidas de muchos seres humanos marcados con sangre a una vida de dolor entre lo que nosotros los occidentales vemos como condiciones infrahumanas y ellos sin más el destino que les ha tocado, del que sin embargo algo les llama a separarse, aunque solo sea la supervivencia.



No hay nada mejor que coger un libro y que al cerrarlo te deje pensando. Eso es terriblemente placentero, como lo es estar desayunando y querer acabar pronto para volcarte de nuevo en la historia, o alargar el día hasta las tres la madrugada para dormirte sobre sus páginas. Significa que disfrutas.

13 agosto 2011

El sufrimiento llega poco a poco

Salida molona, de grandes vistas, de pueblos pequeños, de subidas suaves pero muy largas, tan largas que en el video se puede apreciar la evolución de la cara de uno, desde el principio hasta el final, cómo va cambiando, cómo al principio todo es fácil pero siempre se complica, cómo hay que aplicarse en el esfuerzo, y cómo se sufre. Y se sufre mucho. Tal vez ni siquiera se aprecie en estos pocos minutos, lo cual es una lástima.

En total, al final fueron 140km, a una media de 24,4km/h, con tres puertos:
Collada de Toses: 22km
Coll de la Merolla: 15km
Coll de la Creueta: 21km

Localidades de paso por las provincias de Girona y Barcelona: Puigcerdà, Urtx, Ribes de Freser, Campdevànol, Gombrèn, La Pobla de Lillet, Castellar de n'Hug, La Molina estación, Masella, La Molina, Alp, Puigcerdà.

Consumo: dos Coca-Colas, tres litros de agua, medio bocadillo de Nutella, medio paquete de galletas Príncipe, un plátano y un bocadillo de lomo con queso. En total, 9 euros. El gasto no incluye la comida al llegar a casa.







Tormentaca veraniega

11 agosto 2011

Entrenamientos sui géneris (viva el verano)

Donde sea: Importante desayunar bien, todo el tiempo que sea necesario. Luego, reposar.

En Ontinyent: El triatleta tiene que estar fuerte en el agua. Un buen peso y trabajo de técnica. El peligro de asfixia lo hace a uno más potente cuando va solo sin nada retorciéndole el pescuezo.

En la Masía de Benachera (Castellón): El sector de bici es un trabajo de fondo. La máquina es importante cuidarla y que esté en perfectas condiciones. Si no, se sufre. Son horas y horas a la intemperie, por no decir años.

En Andorra: Correr es la parte final. Siempre puedes buscar un objetivo, como atravesar Mordor en busca del Monte del Destino donde hay que dejar caer el anillo de poder en el fuego para que se funda, si es que no llegas tú fundido.

De premio, darte una vuelta por donde sea. Si es por Roma, mejor.

09 agosto 2011

Diga 33

Mi abuelo materno, que nació en 1915 y que ya no está con nosotros pero el pasado 4 de agosto hubiera cumplido años, tenía un peculiar juego con sus nietos que era hacer como si les auscultara, y entonces les decía "diga 33", y nosotros, sus nietos embobados, allí que estábamos con el numerito, 33 arriba, 33 abajo. Hoy la gracia que no es tal para el que no sea de la familia, es que aquí el menda amante del deporte y la naturaleza cumple 33 tal día como hoy. Y entonces, lo primero que se me ha ocurrido es la historia del "diga 33". Y aquí estamos, poniendo los brazos para coger al vuelo un año más que, como dice un amigo mío de mi misma edad, "cae como un saco de cemento". Catacroc. A ver quién lo pilla al vuelo, casi mejor que vayamos haciéndonos con él poco a poco.

Lo celebré el día de antes, en una carrera popular en Andorra la Vella, con la Pepa y un compañero de trabajo.




06 agosto 2011

Reivindicando

Estoy un poco cansado de que se me tenga por un pirado ciclista. Yo entiendo la bici como algo deportivo, eso es cierto, y soy el primero que se pica cuando la gente quiere guerra en la carretera, en una pista forestal o donde sea, pero al mismo tiempo es para mí algo social y cultural. Con ella y gracias a ella he descubierto innumerables lugares, fantásticos rincones donde no hay ni muestras de vida humana, sitios apartados del mundanal ruido y algunos en el centro del meollo, pero todos espectaculares y con un encanto especial. También me ha llevado a conocer a muchas personas que hoy en día considero fundamentales en mi vida. Son muchos, no uno ni dos, los que ahora son colegas para toda la vida cuando sólo nos hemos visto algunas veces encima de una bici. Eso no tiene precio.




La bici me ha conducido a sitios donde posiblemente no hubiera ido nunca, porque organizar alguna visita en grupo y en coche es un palo, porque requiere tiempo y gestiones, por lo que sea, pero la bici me ha permitido conocer tantos escenarios que no la cambio por nada. Es tan fácil como levantarse un día, sin quedar con nadie, y decirte, ¿y si me voy a tal sitio? Y te vas. Dicho y hecho. Si hiciera una lista de todos aquellos sitios por donde he pasado y donde me he parado a contemplar la vista, a pensar, a descansar, a comer o simplemente a disfrutar, necesitaría miles de líneas para llenarlo.


Así es que no me vengan con comentarios dejados caer como si tal cosa, porque no estoy de acuerdo con aquellos que tienen una frase jocosa a mis andanzas. La bici y el deporte son mi manera de entender la vida. Como cualquier otra. Para mí la mejor. Estoy de acuerdo que al no pisar un bar me pierdo muchas cosas, que no formo parte de infinidad de conversaciones y relaciones sociales, pero otros muchos que no salen de la cerveza y el cigarrito, cuando no el cubata, no tienen el mundo que yo he creado a mi alrededor, encima de una bicicleta con cualquier punto perdido en el horizonte. Unos nos perdemos lo que otros tienen, y viceversa.

04 agosto 2011

"La bicicleta y el tío Manuel", por José Mora

Texto de mi tío Pepe extraído de su blog (http://desarrolloliberador.blogspot.com) sobre la bicicleta, su hermano (y mi tío) Manuel, su afición al ciclismo, una mezcla del ayer con el hoy, del arte y la cultura, de la sociedad pasada y actual. Para mí, maravilloso.

LA BICICLETA Y EL TÍO MANUEL

En una exposición, en Berlín, que ha tenido lugar del 18 al 28 de julio, jóvenes artistas de Varsovia y de Berlín han expuesto sus "Grafik" en el kiosko antiguo del andén del metro U-Bhf, justo en la parada Schönleinstrasse. Me ha llamado la atención sobremanera una serigrafía sobre la bicicleta, de Lukasz Sawicki, que se titula "Move!" Transcribe una frase de Einstein, que me ha hecho pensar. Nunca imaginé que la afición a la bicicleta, de tiempos púdicos hispanos, y que heredé de Manuel, el tío de un buen puñado de sobrinos, llegara a condicionarme tanto al contemplar esta obra concreta y cotidiana.

La frase de Einstein en inglés, con la ayuda de Inés y Georg, la hemos traducido del modo siguiente: "La vida es como montar en bicicleta, [pues] para que estés en equilibrio tienes que estar moviéndote". Quizás, líbremente, pudiera traducirse: "La vida es como circular en bici. Para lograr el equilibrio tienes que estar pedaleando".
Imagen extraída de http://almedacornella.blogspot.com (Foto: Providencia Carrasco)

Recuerdo la primera caída del tío Manuel, bajando de La Melonera, en la curva del "Convent", compitiendo en la vuelta local al "Plá", con Sambo, El Negret, El Mellaet y Aliaga. Sambo era el más fuerte y se iba en los repechos. El Negret era muy cuco y se pegaba a la rueda de Sambo o del que fuera capaz de seguirle. El Mellaet tiraba todo lo que podia y el tío Manuel hacía cuerpo con él. Aliaga iba a lo suyo: a vender o reparar bicicletas. Después venía el pelotón de diez o doce corredores más de la "contorná" del Valle de Albaida y, finalmente, el coche escoba (una furgona). Eran, salvo excepciones, los mismos que practicaban el juego de la pelota a mano en el "frontonet" del Patronato de la Niñez, de la parroquia de San Carlos, sólo que ahí había alguno más, por aficionados al futbol (Ben Barek y Cambra), porque jugaban "en el carrer" (en la cuesta de Santo Domingo de Onteniente) o por ser pelotaris más sólidos como Pinter, El Albaidí, el propio párroco Vicente Cremades, y aficionados de solera como el Bilbaino, El Alguacilet y Ramón El Formagero de saque certero y resto duro de pelar.
Imagen de http://gijon.elcomercio.es

Eran tiempos difíciles, aquellos años 60. A Manuel le guardaba yo la ropa, pues de casa tenía que salir vestido y con el traje de ciclista debajo, como si tuviera que esconder "ropas proletarias" o algún secreto inconfesable. El ciclismo era mal visto. Le dió altura Bahamontes, "el Águila de Toledo". Ironías de la post-guerra.

El tío Manuel, por causa de aquella maldita curva, tuvo una fractura de dedo que le desvío el corazón para siempre en la mitad de la mano. Pero esa pasión, un tanto loca entonces, nos la transmitió a todos como una especie de herencia mecánica para el futuro.
Imagen extraída de http://capitanmadelman.blogspot.com

Hoy, en la distancia, desde Berlín, incluso el futuro de la Unión Europea y de esta Casa Común que es el Mundo lo percibo como la vida misma, como andar pedaleando en la bici. Lo importante para mantener el equilibrio es seguir rodando. Hay que recordárselo a los que tiran la toalla y a los que ignoran sus excesos coloniales y las consecuencias de ideologías fascistas y totalitarias. El arte del ciclismo está en evitar las caídas y disfrutar y sufrir con ella. Ir en bici es como estar en plena Naturaleza, subiendo y bajando cuestas o paseando, deambulando y yendo al trabajo o a las tareas diarias por el llano de la ciudad.

Gracias tío Manuel por aquella locura tuya de la bici, contra toda represión en una época púdica hispánica, de Nacional-Catolicismo, en la que necesariamente había que romper el cascarón de una u otra forma para poder volar y sentirse uno mismo como persona.

La bicicleta es toda una metáfora. En ella, como en la vida, se aprende a gozar y a sufrir, se descubren los secretos del equilibrio, de la regularidad, del arranque y de los cambios de piñones y platos para subir y bajar o para circular a buena velocidad por el llano. Pero, en no pocas ocasiones, hay que hacerse fuerte sintiendo el dolor de las piernas que flaquean al levantarse sobre los pedales y que obliga a sentarse de nuevo en el sillín para acompasar la respiración, recuperar las fuerzas y seguir combatiendo a buen ritmo.

La bicicleta nos remite a la realidad dinámica de la vida, a la vida concreta, al día a día, al pedaleo constante de nuestro espíritu por manetener el equilibrio psicofísico, material y técnico. La bicicleta es una metáfora. Tío Manuel no llegó a ser profesional de la bici pero nos legó una valiosa herencia con su afición y su experiencia.

José Mora Galiana.

01 agosto 2011

Ruta del Penyagolosa: Día 1



No hay nada como dejarse llevar. Sabes que, cuando lo haces, vendrán algunas dificultades, pero como llegarían estas de todas maneras, pues nada, eso, que miras solo hacia delante. Es lo que hicimos Pau y yo: nos dejamos llevar por Alberto para hacer tres días de bici de montaña volteando el Pico del Penyagolosa como si fuéramos la mina de un compás. Aquella magnífica piedra inmensa no nos perdió de vista ni un minuto en 72 horas de montaña, cicloturismo, cultura y gastronomía. Esta es la crónica del primer día, con salida en Ludiente y llegada a Vistabella del Maestrat.

Aparecimos en Ludiente una mañana medio gris, calurosa pero encapotada, y a las primeras de cambio nos llevamos el primer toque de atención. Fuimos a aparcar donde había sitio, delante de las puertas de varias casas sin vados, y una vecina, espabilada, rápida y audaz, nos dejó caer que, majos, ahí vive gente que aparca. No había señales de sitio reservado, pero no valía la pena discutir por un cambio de maniobra y que cada perro se lama su pijo (con perdón). Con las tradiciones ancestrales, simplemente no se juega.

Nada más salir nos tocaron 10km de subida a Castillo de Villamalefa. Un puerto de carretera entre montañas, sin grandes rampas, bello y apacible. Al acabar la ascensión-charla-presentación (Pau y yo no nos conocíamos, y sin embargo ya somos amigos), nos tomamos café y té, algunas galletas y cargamos todo el agua posible, para iniciar la subida pura, y dura, por una pista que llevaba al cementerio y más allá, y de la cual una señora, sin conocernos, dijo: "Por ahí no suben ni los caballos, así es que con las bicis no podéis ir". Allí nadie respondió a la afrenta, porque si una cosa está clara para un cicloturista es que una rampa puede obligarnos a poner el pie en el suelo, pero lo que nunca pasará es que no intentemos subirla, sentados o cabeceando, pero siempre dándole al pedal y al riñón como último recurso.

Masía de Royo.

Así es que, de camino a la primera Masía, la de Royo, solitaria y en paz, abandonada salvo alguna casa tal vez utilizada por cazadores de temporada o para la paella del domingo, empezamos a sudar la gota gorda ante el rampón que (en teoría) no subían ni los caballos. Allí nadie quería claudicar, y los tres subimos a lomos de nuestras monturas, sufriendo, observando con sorpresa, desde la altura que íbamos ganando como si fuéramos directos al cielo, algunas lápidas del cementerio con cruces y decoraciones pintadas en el interior de los muros, algo que, sin duda, nos sorprendió por su aparente sentido pagano.

De la Masía de Royo y sus piedras viejas, unas sobre otras en mampostería en seco, fuimos a la de Negre, cuidada esta, con sus campos labrados y en plenitud, su vida que se observaba desde lo alto de la pista que nos invitaba a seguir subiendo, adelante, pasen ustedes, acercándonos a la base del Penyagolosa, aún lejana. El camino fue fácil, siempre hacia arriba pero tranquilo, y al final coronamos el Coll de la Banyadera, ya después de comer, en la misma falda de la recta final a la cima mítica.

Masía de Negre.

Fuimos en busca de una nevera escondida, una de esas construcciones donde se almacenaba la nieve y el hielo que luego se transportaba en carro a las zonas bajas, a la misma Castellón, tan lejana y tan cercana, donde el mar está a un paso, y aquello fue una pequeña emboscada, una vuelta de tuerca a nuestras maltrechas fuerzas en un descenso frenético que luego hubo que rehacer cuesta arriba, encontrar el desvío y entonces toparnos con la nevera, cerrada a cal y canto por el dueño del terreno, temeroso tal vez de que aquello acabara siendo una papelera gigante como son algunas de estas edificaciones en forma de gran pozo abierto al cielo, que sirven al turista poco implicado en su mantenimiento, como estercolero de sus vergüenzas.

Alberto y el Penyagolosa al fondo, vigilante.

De allí alcanzamos la ermita de Sant Joan del Penyagolosa, cita de los peregrinos de Les Useres pero también de varias romerías. Entre sus arcos se alza una gran devoción y en el interior de la ermita incluso hay un dispensario, tal cual, a la izquierda del altar, donde los enfermos y familiares dan gracias al santo por la paz que les lleva pese a la desgracia. Uno se lo cree o no, pero el lugar pone los pelos de punta con muñecas de mirada perdida, pies de trapo colgando, manos de maniquís amputadas, amuletos, cirios, rosarios y cualquier recuerdo del familiar maltrecho... fotos de tristeza de aquellos que un día no encontraron otro lugar donde darle luz a sus vidas.

Sin embargo, en ese momento no pudimos entrar. Aquello estaba cerrado. Sobre nuestras cabezas las nubes quedaban entre ellas para darse el banquete de cada tarde de verano, repiqueteo, estallidos y tromba de agua. Sin piedad ni santos ni oraciones de por medio. Hicimos las fotos de rigor a la velocidad con que las hace un japonés en cualquier lugar del mundo, y salimos pitando ante las primeras gotas. Un sube y baja asfaltado nos llevaba a Vistabella del Maestrat, donde cenamos copiosamente (incluso más que eso) en la casa rural "A un pas del cel" -acogedores, educados, implicados, amables a más no poder. Pau aún recuerda la frenética huida bajo la lluvia, a más de 50 por hora a relevos con aquellas ruedas de tractor poniéndonos las cosas difíciles sobre el brillo del alquitrán. Dándolo todo.

Con una cena así, más lo que no se ve, se recuperan fuerzas ipso facto.

La noche fresca y silenciosa cayó después de la ducha sobre el pueblo más alto de Castellón, situado a más de 1.200 metros de altitud, y se nos vino encima un sueño fácil, relajado y lleno de paz, el que nos llegó repentinamente después de seis horas de pedaleo con nosotros tres como únicas personas en kilómetros a la redonda. Para esperar al terrorífico e inolvidable día siguiente: el día de La Estrella.

El perfil de la primera etapa, desde muy abajo (Ludiente) hasta muy arriba (Vistabella).